lunes, 12 de agosto de 2013

16-VIII-2012



Excepto aquella noche, el mundo suele ser precavido. Antes de que cualquier suceso ocurra, antes si quiera de que las palabras sean concebidas, el mundo sabe que están de camino.
 Pero aquella noche, en la que el frío coloreaba nuestras caras y nuestras manos y el humo de las chimeneas se confundía con el aliento casi congelado, aquella noche, los mil ojos del universo parecieron parpadear al unísono.

Así que, cuando trataba de lanzar la última piedra a Martín -el mastín leonés al que hacía tan solo unos meses habíamos encontrado, casi muerto y tan nada casi, solo pelo, heridas y una juventud arrancada- , Martín corrió en una dirección figurada, porque la piedra nunca cayó.


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