sábado, 22 de noviembre de 2008

La vida




Vámonos con nuestros sueños a otra parte. Vámonos a Cuba o algún otro país donde el frío no sea la distancia.

Otro lugar donde la luz nos ciegue y no se acaben los días. O simplemente vámonos. Y cuando añoremos tanto nuestra tierra que lloremos escuchando a Serrat, será hora de volver.

Enséñame a vivir. Vamos a nacer otra vez, con la ventaja de haber vivido antes. Otra vez, otra y otra; hasta que la muerte nos asalte desde dentro.


domingo, 14 de septiembre de 2008

El rebaño de nicotina


Si tenemos que seguir al rebaño, yo quiero ser poeta. Poeta solitario en los cafés de puñalada y media. Artista y artista, únicamente.


Aunque, si tuvieramos que seguir al rebaño preferiría ser protagonista de una historia de amor descabellada.
O luchar por una causa irónica, o vestir con pegatinas en la frente.


Si quieres seguir al rebaño, llámate pedantería, llámate absurdo, llámate imbecil. Llámame "insultantemente joven "

lunes, 8 de septiembre de 2008

martes, 15 de julio de 2008


Al Alba


" maldito baile de muertos,
pólvora de la mañana "

lunes, 7 de julio de 2008

Miau




Los gatos ya no cazan palomas,

corren a esconderse.

Tienen en su boca un maullido

rezagado.

domingo, 6 de abril de 2008

Estrépito

Mi vida no es un poema,
aunque siempre encuentre versos.

Sunrise, sunrise.





Mi cuerpo frío y latente mata toda disputa
entre mis párpados y mi lengua.
Siempre se comió más por los ojos
que por la boca.

sábado, 29 de marzo de 2008

El té de Estambul II




Ese hombre miraba las palomas.
Él no puede andar.
El camarero le sirve otra copa.
12:07 de la mañana.
Estambul.


Prefieren el sol



Apuestan por amar,
da igual quién los mire.
No importa qué
haya detrás del tiempo.
Apuestan por amar.

viernes, 28 de marzo de 2008

El té de Turquía I

Mientras buscaba dentro del vaso las palabras que mi mente no
se dignaba a encontrar y removía sin mucho entusiasmo el té, mi padre
capturaba el momento con una media sonrisa en los ojos y la nariz arrugada.
Debido a su miopía y, por tanto, a sus lentes gruesas (e indiscutiblemente
horteras), ese instante debía durar al menos unos minutos.
Discretamente, para no tirar por la borda el trabajo que realizaba al intentar ignorar su no-pulso, celebré haber encontrado aquellos versos perdidos en el fondo del recipiente y pegué un sorbo a la bebida: Estaba demasiado caliente y me ardió, sin poder evitarlo, la lengua.

Aún guardo la retahíla de sonidos qué más que gruñidos eran maldiciones contra los camareros, contra el té y contra mi padre; Habían hecho que perdiera nuevamente el hilo de mis pensamientos, habían vuelto las voces a hundirse.